Lo primero que tengo que decir es que en las próximas líneas leerán al intolerante que llevo dentro (…y fuera), y como todo en este espacio, es una llana opinión personal. Espero que no haya malentendidos, sentimentalismos o criterios ofendidos.
Muchos me odiarán, al punto de abandonar este blog, y de antemano le pido una disculpa a sus fundadores. Existen 2 versiones de este post, una que dejo aquí, y otra que dejo acá, en mi blog personal, ustedes juzguen las diferencias (si es que se dan el tiempo de leer ambos posts).
Odio el fútbol y me resulta desagradable que amigos y familiares hablen de fútbol. Es una forma de apendejamiento social mundial, y de la sociedad latinoamericana y mexicana mejor ni hablar. Es ridículo el dinero que se mueve, muchos de los “jugadores” son literalmente intocables por los mortales. Y nosotros seguimos comprando la playera del Madrid, la bufanda del Barcelona, y pagando “sky con el paquete championslig” para poder ver un partido en T.V.
Sin embargo amo, el fútbol fue un parte-aguas en mi vida.
Muchos años tuve la ilusión de dedicarme a este bonito deporte toda mi vida, jugar un mundial ante miles de espectadores, firmar autógrafos y todas esas cosas. Mi mamá siempre me decía “a ti ni te gusta el fútbol, ¿porque te apasionas tanto? Si te gustara de verdad, te la pasarías viendo partidos en la tele”. No me apasionaba ver los partidos, si no jugar, pero a veces me sentaba frente a la tele para ver algún partido y demostrarle a mi madre que, en efecto, el fútbol me gustaba mucho.
Fui un dedicado tonto. Entré a un equipo de tercera división profesional a los 14 años, carecía de vida social, no tomé, fumé ni salí hasta los 18. Dejé todo por el fútbol; novias, amigos, familia, tiempo. Entrenaba 4 o 5 horas diarias, después del entrenamiento me quedaba yo sólo en la cancha a afinar alguna cosa que me hubiera fallado en el partido o práctica. Seguía al pie de la letra las palabras del entrenador, del nutriólogo. Si el entrenamiento se suspendía yo me iba a correr a la playa, siempre trataba de estar en forma para el fútbol. Grave error. Grave.
Mientras más me iba acercando a la edad productiva dentro del fútbol profesional, más me daba cuenta de la mafia en la que estaba. Que si no conocías a alguien dentro de la federación, no podías llegar muy lejos.
No aprendí la existencia de la corrupción hasta en la venta de hielitos en el estadio donde jugábamos. Aprendí que cuando la gente te dice “échale ganas”, es sólo un decir. Tenemos que ser muy cuidadosos y sobre todo inteligentes en la toma de decisiones, porque “echándole ganas” no vamos a lograr nada, si no lo hacemos con un orden y un plan.
Por favor, échenle ganas, pero no a lo pendejo, como yo. ¿no?.
Al terminar mi etapa “futbolera”, hubo cambios en mi vida, feos, bonitos y feos. Pareciera que todo
lo difícil de mi vida pasó entre los 14 y 18 años.
Moraleja: Aténganse a las consecuencias de un acto pasional.